Vivir en un Palacio real
Con casi 90 años, su historia se sigue construyendo a partir de la de sus habitantes. En época de permanentes cambios, estrena cúpula.
DANIELA BLUTH23 abr 2017
Amor a primera vista. Eso fue lo que sintió Marta Betancour cuando vio el Palacio Salvo por primera vez. Oriunda de Rosario, tenía ocho años y estaba de visita con su familia en Montevideo. "Me encantaba el edificio, siempre decía que yo iba a vivir ahí y todos se mataban de la risa de mí. Todo en el edificio me parecía maravilloso, el hall, la fachada, todo…". Cuando se mudó a Montevideo, a los 22, compró una casa sobre 8 de Octubre. Y cuando la pudo vender, fue hasta el Salvo a ver si había algún apartamento disponible. Daniel, uno de los ascensoristas de antaño, le dio las buenas nuevas: había uno en noveno y otro en el décimo. El primero que vio, lo compró. Hoy, se puede jactar de que lleva la mitad de sus 68 años de vida viviendo en un Palacio, sin príncipe y sin corona, pero con vista y balcón, feliz de estar donde siempre quiso.
"A la gente no le gusta pero a mí sí. Lo estuvieron por demoler, es ecléctico, (Mario) Palanti hizo una cosa tipo búnker y no me preguntes por qué pero me enamoré. Primero me enamoré del Palacio Salvo y después de este apartamento. A veces voy a otros más grandes, divinos, algunos en los que hasta la cocina tiene balcón, pero a mí dejame acá, este es mi mundo. El Palacio Salvo es mi lugar en el mundo y lo supe desde pequeña".
Ubicado en el noveno piso —uno de los pocos rodeado por un balcón— el apartamento de Marta no tiene más de 40 metros cuadrados. De hecho, ella misma construyó un entrepiso donde armó el "dormitorio", con mesa de luz y cama de dos plazas. Como todas las unidades de este edificio construido originalmente para hotel, allí no había cocina. La suya, entonces, convive en armonía con el baño. En un mismo espacio hay una cocinilla Volcán, un aparador de madera, la pileta para lavar manos y platos, una ducha, un wáter y un aparador. En lugar de bidet, hace años que Marta —maestra jubilada— conectó un lavarropas. "Nunca me importó porque vi muchas películas francesas donde muestran cosas así".
El balcón, donde en verano hasta instala una reposera, es angosto y gris. Para ella, empero, el mejor lugar del mundo, donde ve las mejores salidas del sol y la luna. Allí también tiene un par de cuerdas para colgar la ropa, aunque trata de usarlas poco para que la Intendencia no la penalice. Es que desde hace algunos años los vecinos del Palacio Salvo no pueden mostrar sus trapitos al sol. Y el edificio de la comuna queda en línea recta con su ventana.
Desde la puerta de su apartamento, Marta da las indicaciones de cómo llegar. A esa altura de la mole de hormigón armado que supo estar entre los edificios más altos de Sudamérica, los pasillos son un laberinto. Las puertas, angostas y de madera, se suceden una al lado de otra. Las 380 viviendas del edificio tienen al menos dos números —uno de la unidad y otro para el consumo de UTE—, particularidad que siempre da lugar a confusión. Nada raro para un edificio en el cual hay una población fija de unas mil personas, más otras mil que lo transitan todos los días, sea porque trabajan en Radio Nacional, en las oficinas que albergan sus primeros pisos, son invitados de alguien o turistas de las visitas guiadas. Y aunque los tiempos han cambiado y muchos vecinos históricos ya no están, Marta sigue conociendo a la mayoría. En el noveno, dice, es "toda gente muy bien". Pero no todos los pisos son iguales.
Más allá de la renovación y las leyendas, hay un factor común que sigue vigente y es real: la mayoría de los habitantes del Palacio Salvo eligieron con minucia el lugar en el que viven. Y la minoría que llegó allí por casualidad, rápidamente se enganchó con su mística. No es un edificio cualquiera, todos lo saben. De hecho, el Salvo es una Sociedad Anónima en la cual los dueños no tienen un título de propiedad sino que son accionistas. En vez de comprar un apartamento, tienen derecho a "uso y goce" y una pila de acciones guardadas en el banco. Su silueta de arquitectura ecléctica, cuestionada incluso por el gran Le Corbusier, es postal indiscutida de Montevideo, además de punto de referencia para locatarios y turistas. Y su torre, con un pequeño mirador en el piso 25, regala algunas de las vistas en 360 grados más hermosas de la ciudad.
"Todo el mundo que ha venido se ha ido encantado, como que esto tiene magia", cuenta Emib Suárez (62), periodista e inquilino de un pequeño pero cómodo monoambiente en el cuarto piso. Emib pertenece a esa curiosa minoría que llegó al Salvo sin buscarlo. Fue después de su separación, cuando se puso en contacto con un viejo amigo de su Durazno natal que tiene inmobiliaria, justamente, en el pasaje Salvo, una suerte de pasillo que comunica la Plaza con la calle Andes. "Él me dio tres opciones, mi hijo me acompañó a verlos y me quedé con este porque que era el que me daba más luz durante el día y el que estaba más completo, con baño privado e impecable".
Emib tiene vista a la Plaza Independencia y varias plantas en el pretil de la ventana que sus hijos utilizan como señal para saber si él ya llegó de su trabajo en radio Carve. En pocos metros reúne kitchenette, cama, mesa, biblioteca, algunas cajas aún por desarmar y un escritorio con computadora, micrófono y conexión para transmitir cada tarde un programa en vivo para Radio Casupá, en Florida. Le gustaría tener algo más "espacioso", pero una nueva mudanza está supeditada a la jubilación. Mientras tanto, disfruta las ventajas que el Salvo le da: sobre todo compañía (de sus vecinos) y cercanía (a su trabajo). Y además, contribuye a la mística casi centenaria del edificio. Su nieto más pequeño, de tres años, era uno de los integrantes de la familia que más quería conocer su casa. Hasta que un día le cumplió su sueño. "Cuando recorrió el pasillo y vio la cantidad de puertas que había me preguntó con cara de fascinación: ¿Abuelito, todo esto es tuyo?".
Escribir la historia.
Entre la puerta de ascensor y la puerta del apartamento de Nelda González no hay más de 60 centímetros de separación. Lejos de molestarle, eso a ella le encanta. Es como tener un ascensor privado, dice. Además de su nombre y el número de unidad, su entrada luce un cartel con una paloma de la paz. Será que a Nelda no le gusta confrontar. Tiene 89 años —la misma edad que el edificio— y hace casi 38 que vive allí, lo que la convierte en la vecina más antigua. En su apartamento —living, dormitorio, cocina y baño— guarda como un tesoro el título que la administración le regaló el año pasado, cuando cumplió 37. Y ya piensa en los próximos festejos.
Hoy Nelda vive sola, pero allí conoció y vivió con su marido, Haime Nahson. Se conocieron gracias a un ascensorista —hasta fines de los 90 cada ascensor tenía uno— y a la literatura. Él era escritor, ella profesora de literatura y poeta amateur. "Los dos escribíamos, por eso nos entendimos, pero nos casamos siendo ya mayores", recuerda. Además, eran vecinos de piso y de puerta, ambos en el 14, que forma parte de la torre de lo que algunos apodan "el gigante sin galera". Eso es lo que a ella más le gusta de su apartamento: las vistas. Las ventanas no son amplias, pero cada ambiente tiene la suya. Desde allí mira cielo, mar, cruceros, crepúsculos y la azotea del piso 11, donde más de una vez hubo rodajes de películas y publicidades, que a Nelda le encantan y la llenan de orgullo.
Aunque dice que perdió parte de su memoria, recuerda clarito que pagó 55 mil pesos de la época al contado por ese apartamento. Su anterior dueño era "un muchacho que falsificaba dólares"; eso le jugó a favor, ya que a él le urgía venderlo. Ella, hija única criada en Minas, no dejó pasar la oportunidad. "Tuve suerte al comprar acá, porque el Salvo era muy solicitado, sobre todo por la gente intelectual, a la que le gustaba venir a vivir acá. Eso a mí me sonaba en la cabeza… y además me quedaba cómodo, cerca de todo".
En estas casi cuatro décadas, Nelda fue testigo de altos y bajos, de rumores y peleas, de reconocimientos y proyectos. "Hubo una época en que estuvo mal administrado, ahora está mejor, hay muchas ganas de hacerlo progresar", resume. "Durante muchísimos años esto fue tierra de nadie", coincide Marta. Y agrega: "Gente muy conocida dijo que dio su vida por el Salvo pero es mentira, todo lo contrario, lo destruyeron. Lo hicieron venir abajo como un tugurio". Ambas se refieren, sobre todo, a un período en que no se pagó la contribución inmobiliaria, generando una deuda millonaria con la Intendencia.
Desde 2015 la integración del directorio es otra y la realidad del edificio empezó a cambiar. O sea, se puso la casa en orden. El Salvo firmó un convenio con la IMM para renegociar la deuda de la contribución y se pagaron 24 cuotas de 900.000 pesos. "Fue un dinero que los accionistas tuvieron que pagar dos veces, todo por una mala administración", explica Alejandra Arseniato, gerenta operativa del edificio desde 2016. "La nueva administración regularizó un montón de cosas, pero tuvo que convenir muchas otras y seguir pagando". De todas formas, ella es una convencida de que el esfuerzo vale la pena. Su oficina, un espacio austero en el entrepiso, es un lujo comparado con el desorden que encontró al llegar. En total, hoy el Salvo tiene 14 funcionarios para las tareas de mantenimiento, limpieza, residuos, administración y portería.
Este jueves 27 el Palacio inaugurará una nueva cúpula con placas de aluminio y luces led que cambian de color según la ocasión, un reemplazo moderno a la antena de Canal 4 que durante años coronó el edificio. Pero esa es solo la punta más vistosa de muchas acciones que están ocurriendo puertas adentro. Se está recuperando el ascensor montacargas, en desuso desde hace años; un ingeniero hidráulico trabaja en un diagnóstico del estado de la instalación sanitaria (originalmente no había cocinas ni graseras); el vallado perimetral responde a un estudio para recuperar la fachada; y en la azotea del piso 11 se armó una huerta orgánica a partir de la clasificación de residuos.
Además, la IMM exoneró al edificio de la contribución inmobiliaria desde este año y hasta 2020. La condición es que se vuelque en obras y que presente, en un plazo de 90 días, un plan referido a la fachada. "El plan ya lo tenemos y la idea es hacer una licitación abierta para que coticen empresas con la capacidad de hacer el trabajo. Queremos empezar por la fachada que da a la Plaza, que es la más expuesta al viento Sur y también la más visible", comenta Alejandra. Una vez iniciado el trabajo, la comuna lo va a controlar. "Eso pasa porque hace varios años, cuando la Intendencia exoneró la contribución, Palacio Salvo no lo volcó en obras. Ahora nos pusieron como en penitencia, la idea es hacer un buen trabajo".
Solos y acompañados.
Históricamente, en el Salvo vivía gente sola. "Sola en la vida, sola que no tenía a nadie, ni familia... entonces, cuando pasaba algo, en la administración éramos el referente", cuenta Alejandra. "Nos pasó desde llevar a una viejita a sacarse una muela al dentista hasta acompañar a cobrar la jubilación o a hacer mandados. Y eso pasa hasta el día de hoy". Así, han circulado por sus paliers de granito con el señorial logo "PS" personajes como Armonía Somers e Idea Vilariño, ya fallecidas; Abelardo García Viera, exdirector del Archivo General de la Nación, quien aún hoy es propietario de siete apartamentos en la torre, y la artista plástica Agó Páez, que tiene un atelier en el piso 18, entre muchos otros.
Infinitas anécdotas y leyendas forman parte de su historia. Desde el clásico fantasma que se aparece en el piso siete vestido de traje y galera —que algunos dicen que es el mismísimo Salvo— hasta otras imágenes más terrenales, como la de un voyeur que hacía pequeños agujeros en las puertas para husmear a las damas solitarias o "el homosexual del piso siete", que sale en slip a perseguir visitantes. También más terrenal es que cuando la nueva administración asumió en el edificio había 13 "casas de masajes" y hoy solo quedan dos, cuenta Alejandra.
Las personas solas siguen siendo la amplia mayoría, pero también se han sumado familias. Una de ellas está en piso 10, donde viven el músico de Once Tiros, Santiago Bolognini (36), su compañera Apa y su bebé Piero, que nació en el mismísimo Palacio. Santiago llegó por un aviso en Internet. Primero le gustó la ecuación metros cuadrados-precio y cuando vio que era en el Salvo lo "cautivó" todavía más. Su planta es una "L" con tres dormitorios y ventanas a la plaza y sobre 18 de julio. "Ojalá fuera mío, pero soy inquilino", dice y ríe, consciente de ser un privilegiado. "Es un edificio especial, entonces las cosas que pasan acá adentro son especiales. Y está en un lugar de la ciudad donde pasan muchas cosas. No es solo lo que pasa adentro del Salvo, sino lo que pasa alrededor de él".
Difícil que quienes viven allí se quieran mudar. Para Marta, esa no es una opción. "No me mudaría ni… bueno, solo con Alzheimer. Cuando no conozca a nadie ni dónde estoy, entonces que me saquen de acá", dice, un poco en broma un poco en serio. Más de una vez recibió ofertas para venderlo, pero ella no lo cambia por nada. "Yo quiero vivir acá y morir acá, ojalá la vida me lo permita, porque eso es lo que más quiero".
La Cumparsita sonó allí por primera vez.
Antes de tener un Palacio, en ese terreno funcionaba La Giralda, la confitería donde Gerardo Matos Rodríguez estrenó La Cumparsita el 19 de abril de 1917. Por eso es tan significativo que a fines de 2016, en un local de la planta baja donde por años funcionó una librería, haya abierto el Museo del Tango, que más allá de documentos e instrumentos antiguos, es un homenaje al músico y su máxima creación. Tiene entrada independiente y visitas guiadas, que pueden sumarse —o no— a los recorridos por el Palacio. "Antes vos decías Palacio Salvo y la gente pensaba en un tugurio, un agujero negro, no sabía qué había... Con las visitas guiadas y el museo mucha gente pueda ver que este edificio es como un ser vivo", opina la gerenta operativa del Salvo, Alejandra Arseniato. Los miércoles el Palacio ofrece, además, una visita nocturna.
De puertas abiertas 365 días del año.
Desde su escritorio con vista a la Plaza Independencia Sebastián Gadea (25), uno de los porteros del Palacio Salvo, puede ver qué pasa en cada pasillo y cada hall, además del garaje, la azotea y el pasaje Andes. En su tarea de custodia lo ayudan 18 cámaras instaladas recientemente, y los planes incluyen sumar 55 más. Vecino del Centro, antes de trabajar allí nunca le había prestado demasiada atención al edificio. Ahora lo conoce al dedillo y hasta le tomó cariño. Aunque la mayoría de los vecinos son "súper cariñosos, como abuelos", hay días que Sebastián también se enoja. "Es mucha gente y son muchas preguntas. Los porteros somos como los psicólogos día a día de la gente, se descargan contigo o si se rompe algo a veces se la agarran contigo también, pero más allá de eso está bueno". Él es uno de los 14 funcionarios del Palacio; en otras épocas llegó a haber más de 40. Todos los accesos al edificio están vigilados 24 horas los 365 días del año.