DE PORTADA
Ida Vitale, una vida escrita en verso
Instalada de nuevo en Montevideo, la poeta uruguaya más premiada recibe con “cierta sorpresa” el reconocimiento tardío en su tierra. Foto: Marcelo Bonjour.
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DÉBORAH FRIEDMANN
Domingo, 15 Abril 2018
¿No la reconocen?", pregunta Ida Vitale señalando la foto en blanco y negro con una dedicatoria en lapicera roja, que está recostada en una biblioteca. No es un buen día, pero lejos está Ida de perder su calidez y bonhomía. "Es María Elena", dice casi enseguida, refiriéndose a la Walsh. Ese apartamento de Malvín, a solo una cuadra de la rambla que todavía no caminó, parece su casa desde siempre pero no la es. Las plantas florecientes en el balcón, las fotos y otros recuerdos que están por todas partes, las bibliotecas repletas de libros, los adornos, todo da sensación de hogar. Todo es mérito de su hija Amparo y de sus nietas que lo armaron. Y eso que todavía no se ven allí muchas de sus cosas, que están al llegar desde Estados Unidos, donde vivió los últimos 20 años. "Vamos a terminar poniendo libros tapando el piso", dice Ida y se ríe. Y pese a que ríe y ríe mucho y a que esa casa parece un hogar y a que luce distendida, la poeta uruguaya más premiada de los últimos tiempos no consigue aún lo que más ansía hoy: tranquilidad.
Es que desde mayo de 2016, cuando murió Enrique Fierro, su marido, sus días han sido bastante complicados. Que si se quedaba en Austin, donde residían. Que si venía a Uruguay, que a dónde venía si regresaba. Resolver. Levantar una casa. Todo eso cuando dejó de tener tanta energía. Ahí, dice, se le cayó "todo el chaparrón encima". Y esta mujer, que escribió sobre nieve, otoños, primaveras, agosto y Santa Rosa, capea el temporal con 94 años, una lucidez envidiable y una búsqueda, la misma que cree que la hizo y hace poeta.
—¿Por qué es poeta?
—No sé, ¿por qué hacés tú lo que hacés? Porque la vida te lleva o porque te gusta.
—¿Leía poesía de chica?
—No, no era lo que más leía, me gustaba mucho más leer novela. Siempre digo que el problema es que hubo una practicante que nos dio un poema de Gabriela Mistral que no era muy claro, era clarísimo pero no para una niña de 12 años, había ambigüedades..."Una pierde angustiada..."
Ese verso pertenece al poema Cima. La hora de la tarde, la que pone/ su sangre en las montañas./ Alguien en esta hora está sufriendo;/ una pierde, angustiada,/ en este atardecer el solo pecho/ contra el cual estrechaba./ Hay algún corazón en donde moja/ la tarde aquella cima ensangrentada./ El valle ya está en sombra/ y se llena de calma./ Pero mira de lo hondo que se enciende/ de rojez la montaña./ Yo me pongo a cantar siempre a esta hora/ mi invariable canción atribulada./¿Seré yo la que baño/ la cumbre de escarlata?/ Llevo a mi corazón la mano, y siento/ que mi costado mana.
En el poema, la niña Ida Vitale encontró cuestiones de construcción que no entendía ni se tomaron el trabajo de explicarle. Esa actitud fue para ella una "provocación", la llevó a insistir, a leer más. Quería saber por qué ese texto era tan bueno, por qué se lo hacían leer, por qué no lo entendía del todo.
También en su casa la literatura estaba presente. Los libros representaban un "cierto misterio" y despertaban su curiosidad. Una tarea que le habían impuesto, ahora cree que "a propósito para andar entre los libros", era limpiar una vez por semana una bibliotequita.
—¿Y husmeaba un poco?
—Sí, y sobre todo pensaba que después de tanta limpieza algún día me tocaría disfrutar de los libros, entenderlos. Me daban Esopo y me parecía un horror, me sentía humillada porque fueran historias de animalitos.
—¿Y qué sí le gustaba?
—Empecé a leer más bien cuentos, novelas. Después llegan los libros clásicos, La isla del tesoro. En aquella época los libros eran menos infantiles. El primer libro me lo regaló una maestra, era un libro para niños, El maravilloso viaje de Nils Holgersson de Lagerlöf. ¿Circula hoy? La edición que yo leía no tenía ni una ilustración, había unas fotografías, para colmo mal impresas y borrosas.
—Usted comenzó a escribir pronto, ¿se acuerda de qué fue lo primero?
—Sí, me acuerdo, ¡claro que me acuerdo! A la hora de la siesta tenía que hacer mis deberes. Y ahí no sé por qué se me ocurrió, supongo que fue por algo que había leído...Lo que escribí era muy invernal, con nieve, que nunca había visto. No siempre uno empieza a escribir sobre lo que conoce, en general tiende a escribir sobre lo que no conoce.
—¿Era un poema?
—Eso pretendía. Después lo pasé en limpio para que quedara bien prolijo. A la semana ya lo había roto. Tenía por lo menos lucidez para darme cuenta.
—¿Ha roto mucha cosa que escribió?
—Sí, supongo que sí. Después uno de grande ya no rompe; si no se terminó queda por ahí.
De todos modos, Ida Vitale no se planteaba en ese entonces ser poeta. Más bien le podría haber interesado ser cantante. Que careciera de un instrumento cerca no la ayudó. Sí se acercó, de todos modos, a la música a través de Olga Linne, soprano que vio en el Ateneo de Montevideo y con quien después estudiaría durante tres años. No lo hacía para cantar sino para, según sus palabras, "entrar en la música". Mientras otros iban al cine, Ida usaba el dinero para tomar clases con esa "mujer estupenda". Y si bien no se dedicó a las partituras, la musicalidad y el ritmo estuvieron, están, presentes siempre.
—A la hora de escribir poesía, ¿qué consejo le dieron y le fue útil?
—Nadie me dio ningún consejo, además yo no decía que pretendiera escribir poesía.
—Usted ha dicho que Juan Ramón Jiménez le hablaba de la importancia de corregir y corregir, algo que también usted hace.
—No es que me lo haya dicho a mí, él decía que hay que escribir y ponerlo en un cajón, olvidarlo y volverlo a tomar como si fuera de otro para tener una visión más despejada de lo que uno ha hecho. No sé... los consejos de aquella época no serían los consejos para hoy.
—¿Y cuáles serían los de hoy?
—Que lean buenos poetas, no sé me ocurren otros. Es un arma de doble filo, porque Neruda fue en un momento un poeta que realmente todos leían, y después resulta que surgían los Neruditas, los que imitaban....
—Entonces, ¿cuál es la clave?
—Creo que hay que leer cosas muy distintas, no fijarse en una persona sola. Si te dejás influir mucho, no va a ser nada muy positivo el resultado, pero sí tener la posibilidad de enfrentarse a distintos caminos, estilos. Tuvimos una buena profesora de Español, te daba autores bien distintos. Durante el año trabajábamos un mes con una página, se leía, se buscaban las palabras, como una manera de entender bien el mecanismo, y después te sugería que hicieras algo a la manera de ese autor. Eran siempre españoles, tenía el buen tino de no hacernos imitar a Cervantes. Y como te daba cosas muy distintas tampoco existía el peligro de que te pegaras a imitar eso.
—¿Se ponía una disciplina a la hora de escribir?
—En determinado momento me di cuenta de que la poesía era algo en serio y que era difícil y que si quería estar en ese camino tenía que tomármelo en serio.
—¿Y eso cuando fue?
—Antes de publicar el primer libro.
Sorpresa.
Son casi las 19 horas del 21 de marzo, Día Internacional de la Poesía, y de a poco el medio centenar de sillas dispuestas en el patio del Museo Blanes para el homenaje a Ida Vitale se va ocupando. Esta mujer de intensa y extensa trayectoria que a partir de 1949, cuando se editó La luz de esta memoria, publicó poesía, crítica, traducciones y artículos periodísticos llega con su hija Amparo, puntual, sonriente. "¿Saludé a todo el mundo?", "¿Besé a todo el mundo?", dirá minutos después. Coqueta — "¿cómo se hace para salir bien en todas las fotos?"—, camina sin dificultades, con una pequeña cartera negra en la mano. Disfruta el homenaje pero este acto y las lecturas que se han organizado últimamente la tomaron con "cierta sorpresa".
—¿No se lo esperaba?
—Es que durante todo el período de México e incluso de Estados Unidos, que veníamos todos los años a Uruguay, yo leí una sola vez en la embajada y una sola vez en el instituto de España. Y ahora sí, parece que la edad arregla la cosa.
Puede ser la edad, sí, puede ser que Uruguay siempre (o casi) es ingrato con sus poetas vivos y más si están fuera de fronteras. Puede ser que de una vez por todas eso empiece a cambiar en estas tierras.
Una tierra que vio nacer a Ida en 1923, partir exiliada junto a su marido, el poeta Enrique Fierro, a México en 1974, regresar a Montevideo con el retorno de la democracia y en 1989 partir hacia Estados Unidos e instalarse hasta hace pocos meses en Austin, Texas.
—¿Disfruta los homenajes como este en el Blanes?
—Sí, ver que había gente siempre resulta sorprendente. Yo quisiera estar más tranquila. Tengo un libro por revisar todavía, están esperando desde que murió Enrique. Yo estaba empezando la corrección, después paré y esto, bueno...
—¿Es una novela en este caso?
—La novela la estoy trabajando, ni la meneo, porque el día que le toque... Esos a los que me refería son poemas, son los 11 años en México. Es sobre la gente que conocí, es una manera de agradecerles. Fueron de una generosidad...
—Más allá de que en su obra no esté explícitamente presente el exilio en México y sus años en Estados Unidos, ¿siente que afectaron su producción?
—Sí, claro, de repente hubiera escrito mejor si me hubiera quedado acá o en España o en México. Uno ve muchas cosas, de pronto distintas.
—Y se nutre de eso.
—Te nutrís pero también a veces eso te puede perturbar. Yo estuve muy cerca de Octavio Paz, que era una poesía totalmente distinta. Más bien trataba de no, de admirar pero no llegar a ese punto...
Afinidades.
En esta casa de Ida con calor de hogar hay varias cajas con fotos. Ella busca una imagen que quiere mostrar, donde estaban "muy divertidos" junto a Carlos Maggi. No la consigue ubicar, pero sí encuentra una foto bien pequeña de Maggi y María Inés Silva tomados de la mano, caminando de espaldas en una playa. "Esa la tomé yo", dice.
En un par de horas de charla Ida nombra a muchos ilustres de las letras, a casi todos por el nombre de pila —son Delmira, Juana, Idea, Gabriela, María Eugenia, Juan Ramón—, signo de una relación cercana con ellos, de tiempo compartido, de un tiempo que ya pasó. Muchos integrantes, como ella, de la célebre Generación del 45, a la que pertenecía también su primer marido, Ángel Rama.
—¿Cómo siente pertenecer a la Generación del 45?
—Yo no creo en las generaciones porque dentro de las generaciones se dan cosas muy distintas.
—¿No siente una pertenencia?
—Creo que es un mecanismo para dar clase, para ubicar a la gente. Para ubicar una periodicidad de la literatura la tenían que meter, como sea, de alguna manera; eso ayuda. Pero no creo que agregue mucho, un poco sí, claro, porque el contexto cuando escribía Julio Herrera que cuando escribieron los que vinieron después no es el mismo, algo cambia.
—¿Siente afinidad con algún poeta uruguayo en particular?
—En un momento sentí mucha afinidad con Casaravilla Lemos. De Casaravilla nadie se acuerda, se lo comió Juana, que desde algún punto de vista es mejor, pero de repente uno no pide ayuda a lo más impresionante, lo más perfecto. Casaravilla me parecía una escritura más íntima, menos espectacular que la de Juana pero que igual tenía su valor. No creo que Casaravilla tampoco hiciera mucho por ser famoso, Juana sí. También en eso hay que tenerlo en cuenta.
—¿Y en el caso de Idea?
—Me interesa sí, y éramos amigas en un tiempo. Pero son cosas distintas y tampoco es cuestión de fijarse en uno para tomar un modelo. Hay que tratar de ver bien cómo es una cosa para apartarse. Con toda admiración, y cuanta más admiración y más respeto más hay que alejarse.
—¿Para tener una voz propia?
—Supongo. A veces hay momentos en que toda la gente escribe de una manera medio parecida. Digo, a Darío lo distinguimos, pero dentro de ese momento hubo muchos escritores que a veces se parecían.
—¿Qué cree que distingue a su poesía?
—No sé…uno no sabe qué queda realmente, qué llega. El poema que a uno le gusta no es el poema que le gusta a todo el mundo, de pronto la gente se fija más en una cosa....
La poesía de Ida Vitale ha cosechado elogios y premios. Solo por nombrar algunos: el Premio Nacional de Literatura y un doctorado honoris causa en Uruguay, el Octavio Paz y Alfonso Reyes en México, el Reina Sofía y el Federico García Lorca en España y el Max Jacob en Francia.
—¿Cómo observa el transcurrir de su poesía, su trayectoria?
—Poca.
—¿En cantidad?
—Sí, claro. Si has escrito más la gente tiene más para elegir... en fin.
La mayor parte de la obra en verso de Ida Vitale se encuentra en Poesía Reunida (1949-2015), un volumen de 491 páginas publicado el año pasado por Tusquets. Y en estos días Estuario reeditó El Abc de Byobu, un texto en prosa poética en el que, fiel a su estilo, Vitale estuvo bien cerca de los detalles. Para la portada eligió Make of Fear, una obra de Paul Klee. Ahora, cuando cae el sol en Malvín le parece que quizás la imagen sea en tonos demasiado pastel para atraer en las librerías. De todos modos, le gusta.
Ida no tiene un poema suyo favorito, pero con Poesía Reunida entre sus manos y tomándose un par de minutos acepta elegir uno y leerlo — "¡no recitar", aclara—. Otoño/ perro /de cariñosa pata impertinente,/ mueve las hojas de los libros./ Reclama que se atienda/ las fascinantes suyas,/ que en vano pasan del verde/ al oro al rojo al púrpura./ Como en la distracción,/ la palabra precisa/ que pierdes para siempre.
Mujeres con "voz cantante"
"Esta es mi primera foto", dice Ida Vitale cuando ve la imagen en blanco y negro. Viene de una familia donde las que llevaban la "voz cantante eran las mujeres", cuenta. "Había una tía que era directora de una escuela de mucho prestigio, mi abuela había sido a los 12 años maestra en un pueblo del interior, después se había casado, había tenido un montón de hijos, nunca la vi como una mujer subyugada", señala Ida. Ella nunca sintió que por ser mujer haya tenido menos posibilidades, Solo recuerda, a sus 94 años, un momento durante su exilio en México cuando trabajó en el semanario Uno Más Uno, donde que ella fuera mujer puede haber jugado en contra.
El "susto" de su vida en francés
"Nunca quise llegar", contesta firme Ida Vitale cuando se le pregunta si llegó a donde pretendía. Pero enseguida sus ojos celestes se iluminan y cuenta lo que nunca imaginó, cuando la realidad sí superó sus expectativas. "Lo que nunca me imaginé... el susto de mi vida fue la edición francesa que todavía no la tengo muy entendida cómo salió, cómo llegó". Se refiere a Ni plus ni moins, una edición bilingüe traducida del español por Silvia Baron Supervielle y François Maspero, que le valió el premio Max Jacob el año pasado. También en 2017 recibió en España el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Granada Federico García Lorca, entregado por ser "una gran renovadora de las letras, así como una de las más vanguardistas de la poesía en español". Antes, en 2015 obtuvo el premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, donde señalaron: "Su poesía indaga en la alquimia del lenguaje y establece un encuentro entre una exacerbada percepción sensorial de raíz simbolista y la cristalización conceptual en su perfil más preciso".
De musicalidad, corrientes, inconformismo e influencias
—¿Considera que su creación ha cambiado mucho con el correr del los años?
Sí, pienso que algo ha cambiado, a veces creo que he perdido algo de la musicalidad, y me da pena. Hay un momento, sobre todo en Europa, con el surrealismo y todo lo que andaba cerca, que ser muy musical era un demérito. No es así en Inglaterra, en poesía inglesa o americana. A mí me gustaba mucho la forma soneto, pero creo que es una forma que quedó un poco fijada...
—En su obra, ¿hay algún poema o libro que le guste en especial?
—No, es difícil. Supongo que tendría que estar muy conforme con lo que hice para eso.
—¿El inconformismo es una de sus virtudes entonces?
Digo, si estás dentro te vas a imaginar que lo que estás haciendo es menos de lo que quisiste hacer, obvio, salvo que te pongas un tope muy bajito. Si has leído a los buenos, es mas difícil. A mí me gusta mucho (el poeta franco uruguayo Jules) Supervielle. Me gustó siempre, lo primero que leí de él fueron sus cuentos. Siempre he sentido que los franceses no le dan tanta importancia como a otros.
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