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miércoles, 14 de junio de 2017

2 uruguayas voluntarias en áfrica

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Uruguayas voluntarias en las zonas más pobres de África

Cuentan su experiencia ayudando a los niños y enfermos más necesitados.
Sea en un orfanato en Kenia, en la escuela o en las viviendas de pobladores, Federica Strauch colabora con las familias. Foto: Facebook Federica Strauch
Foto: Facebook Federica Strauch
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CAMILA BELTRÁN14 jun 2017
Desde siempre había tenido el sueño de visitar África. No sabe explicar por qué, ya que nunca tuvo una vocación de servicio muy marcada, pero le atraía lo exótico del destino. "Una amiga vino hace seis años y cuando me contó la experiencia enseguida supe que iba a terminar viniendo aquí", cuenta Federica Strauch (33) desde Kenia.
El año pasado se separó y decidió que era el momento perfecto para emprender esa vocación. "No había ninguna razón para no hacerlo", dice. Compró el pasaje "sin pensarlo mucho" y aprovechando la temporada baja de su trabajo —decora y organiza eventos, sobre todo casamientos— se propuso recorrer en tres meses lo más que pudiera de África.
Partió el 1° de mayo y decidió empezar por Kenia, realizando un voluntariado que le habían recomendado en Chazon Childrens Centre, una escuela en un pueblito denominado Molo, a la que asisten 450 niños de entre 3 y 16 años, y que cuenta con un orfanato en el que viven 24 de ellos. Cuando llegó era la única voluntaria, y su trabajo consistía principalmente en ir a la escuela y ayudar a los maestros "en todo lo que necesitaran".
"Estaba a disposición de lo que fuera: ayudaba en la cocina para las comidas (la mayoría de los niños sólo comían cuando estaban en la escuela), les enseñaba a los chicos sobre Uruguay, les enseñaba a hablar en español, a cantar o a contar", dice.
Todas las tardes, una vez que las clases terminaban, Federica se iba a visitar a algunas de las familias de la escuela. Por lo general eran las más necesitadas. Les llevaba un surtido con comida para una semana.
Algunas noches se iba a dormir al orfanato que tiene la escuela. "Para los niños, solo el hecho de que les curara alguna herida o les diera un beso de buenas noches, era lo máximo", cuenta.
La higiene del orfanato era horrible. "Los baños eran un pozo, los niños se bañaban con agua helada y debían bombear el agua y tirárselas con baldes; el estado sanitario del lugar era lamentable. Ahora, uno de los objetivos que tenemos es poder conseguir paneles solares para que los niños no se bañen con agua fría", contó a El País.
No es la única uruguaya que ha elegido algunos de los países más pobres de África para desarrollar su vocación solidaria (ver nota aparte).

La cruda realidad.

La pobreza y las deplorables condiciones de vida de las familias de Molo, una localidad de más de 107.000 habitantes, se veían a simple vista cada vez que Federica recorría las viviendas llevando comida.
"Una de las casas que visité estaba plagada de pulgas, la madre me contaba que los chicos de noche no podían dormir porque se despertaban por las pulgas. Lo que hicimos fue conseguirles una vivienda nueva".
En ese momento llegaron dos voluntarios españoles y junto con Federica fumigaron todas las frazadas, la ropa y cualquier objeto que pudieran trasladar al nuevo hogar. "Era una familia extremadamente pobre, por lo que nosotros le compramos colchones, mantas, y todo lo que necesitaban".
La mayoría de los residentes viven en casas de barro o de chapas extremadamente precarias y pequeñas. "En muchos casos son 8 personas viviendo en el mismo cuarto, todos juntos. Allí también cocinan, duermen y tienen el baño. Las primeras semanas me pasaba que no podía creer cómo comen, las condiciones de la cocina y la falta de higiene. Ves de repente una pulguita de 6 años que viene chancleteando un zapato de talle 40 y otros que van a la escuela descalzos porque ni siquiera tienen zapatos".
Según explica Federica, a la pobreza de Molo se le suma desde hace un tiempo una sequía muy grande que afecta a los alimentos. "El maíz, que es su alimento básico, que comen 4 ó 5 veces por semana, no se está consiguiendo por lo que hemos tenido que comprar comida para la escuela que da para un mes".
Muchas de esas compras, según cuenta, han sido posibles gracias a donaciones que han hecho desde Uruguay.

Héroes.

Federica compró 700 gallinas, para que los niños del orfanato, además de poder comer huevos, los vendieran en el pueblo y con ese dinero compraran porotos y arroz para llevar a la escuela.
"Nunca me imaginé que este lugar me iba a despertar todo esto que siento. La gente me dice que soy un héroe; en realidad los héroes son ellos. A pesar de las condiciones en que viven siempre están contentos, con una sonrisa. Comparten lo que tienen. Si es un chocolate, lo parten en 25 pedazos para que todos puedan comer", cuenta Federica, sonriente.

Vivir en África

Sea en un orfanato en Kenia (arriba), en la escuela o en las viviendas de pobladores (a la derecha), Federica Strauch colabora con las familias llevándoles el surtido semanal, ayudando a los niños con los deberes escolares, a lavar la ropa o preparar la comida. Se pretende que la escuela pase a transformarse en una especie de granja autosustentable todo el año, que permita producir alimentos. Para donar se puede hacer en las siguientes cuentas de la sucursal N° 5 del Banco Santander: #9601309 (pesos) o #9601406 (dólares).

FLORENCIA GARI.

La joven que cuidaba moribundos en Etiopía.

A diferencia de Federica, Florencia Gari (28), siempre tuvo una vocación clara de servicio y en Montevideo realizaba mucho voluntariado. En 2013, cuando tenía 24 años y estaba estudiando medicina en Uruguay, decidió junto con dos amigas irse a Etiopía como voluntaria. "Quería vivir una experiencia fuerte, radical para saber qué era lo que verdaderamente quería hacer para mi vida", cuenta.
Estuvo ayudando durante dos meses en un hogar para enfermos y moribundos desamparados. Cuando volvió a Montevideo, supo que en algún momento regresaría. En febrero de este año, luego de recibirse como médica, como tenía el verano libre y antes de empezar la especialización en oncología, decidió volver a Etiopía.
"Las dos veces que fui tenía claro que quería ayudar a los más pobres de los pobres, como decía la madre Teresa de Calcuta, por lo que fui a un centro donde atendían desde pacientes con enfermedades crónicas y discapacitados, hasta personas o niños con enfermedades graves", contó a El País.
En 2013 había 500 pacientes y este año, en el centro al que asistió, había 800 pacientes.
"A las personas se les daba algunos cuidados hospitalarios como medicación intravenosa, pero no era un hospital. Lo que se buscaba era poder darles, a esas personas más dejadas por la sociedad, amor y una muerte digna" explica. Las tareas que realizaba era bañarlos, limpiarlos, les cortaba el pelo y las uñas, les daba de comer en la boca a quienes no podían comer y les curaba las costras en la piel.
Esta segunda vez, lo que hizo principalmente fue quedarse acompañando durante un mes a un chico que se estaba muriendo. "Al resto de los pacientes, una vez que mejoran, se les da de alta porque tienen que ingresar otros que realmente lo necesitan", dice.
"Durante las dos visitas viví en el mismo predio del hogar de enfermos y moribundos. Son grandes complejos que tienen una casa chiquita para los voluntarios, tienen los pabellones de los enfermos y luego hay una capilla y la casa de las monjas", explica.
Según cuenta, una de las cosas que más le llamó la atención fue las edades del resto de los voluntarios.
"Había dos españolas de 58 años, un japonés de 55, una libanesa de 73 y una alemana de 75 años".

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